Aquel día, no me sentía inspirado. En la mañana, revisé el bosquejo una y otra vez. Más tarde, salí a caminar por la colonia. Al cruzar por el Parque San Simón, me pidió un autógrafo —algo que rara vez me pasaba en la colonia— un niño vestido con un uniforme igual al que use en la secundaria. El sol estaba pleno. Aunque odiaba los días calurosos, también me sentía pleno. Recorrí el mercado Portales buscando una sandía con chile y limón: lo mejor para los días calurosos
Por la noche, como en la infancia, me senté en el parabus a ver las luces de los coches que transitaban por Calzada de Tlalpan. Al estar recostado en el sillón, las palabras e ideas empezaron a llegar a mi mente. Anoté en la libreta que siempre cargo en el bolsillo del pantalón aquellas ideas. Prendí la computadora y le di el final que estaba buscando a mi última novela.
Al estar escribiendo, me di cuenta del título de mi novela: el final que estaba buscando. Revisé las notas que acababa de escribir. Estaban escritas en mi cuaderno del segundo semestre del SUA. Releí la novela. Solo era una pequeña redacción de menos de 250 palabras para mi Taller de Redacción. Aún no era un escritor famoso…