20130731

[SCdC]: los contraindignados por la muerte del chucho

El lunes por la mañana, se anunció la muerte de Christian “Chucho” Benítez, exjugador del Club América (actual campeón del futbol mexicano). Por lo que, como era de esperarse, personajes del medio del espectáculo, deportivo y político lamentaron el fallecimiento. A este lamento, también se unieron fanáticos del club América y del fútbol, en general. Hasta aquí, todo normal: siempre pasa cuando hay muertes de personajes públicos (i.e. Jenni Rivera, Carlos Fuentes, Chavela Vargas, Jorge Carpizo).

Dentro de todo el fenómeno en las redes sociales, hubo expresiones que me causaron curiosidad; como estas imagenes:







O tuits como estos:
¿Estas expresiones son válidas? Habrá quien diga que sí, que es libertad de expresión, lo cual respeto. Pero ¿qué tan válido es ejercer cierta coacción para que la gente lamente o se indigne por ciertos sucesos y no por otros?

En periodismo, hay algunos factores que determinan (en la mayoría de los casos) el interés público, para este caso observaré dos en particular:

  • Prominencia de personas. Como menciona Leñero y Marín, los individuos que ocupan cargos importantes, los científicos relevantes, los actores, los deportistas célebres, son personajes noticia (1986). 
  • Proximidad. Es elemental que lo que ocurre en Sonora tiene mayor interés para los habitantes de ese estado que lo que sucede en Merida; lo mismo ocurre cuando los sujetos de una información periodística son conocidos por el público (Leñero y Marín, 1986).
Es decir, es un fenómeno social totalmente normal que la gente se lamente más la muerte de un personaje público que las muertes de personas civiles de un estado (en el cual habita sólo el 3.9% de la población nacional).

Por lo que, resulta irrisorio que existan expresiones que intenten denotar sorpresa por las manifestaciones legítimas de condolencia hacia un fallecimiento de un personaje público y no ante otras muertes de las cuales la mayoría de los mexicanos somos ajenos. Y más aún que la sorpresa sea hacía el cubrimiento de los fenómenos noticiosos por parte de los medios de comunicación.

Finalmente:

¡cada quién puede hacer con sus condolencias un papalote!


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Para más detalles ver:

  • Leñero, Vicente y Carlos Marín (1986). Manual de periodismo. México: Grijalbo.


20130715

[SCdC] De correr, parques y bienes públicos.

Advertencia: esta entrada contiene altas dosis de argumentos viscerales. 

Un poco pasadas las seis de la mañana con treinta minutos, decidí salir a correr al parque de mi barrio, el mismo que en vida fue de Carlos Monsivais); quería estrenar mis nuevas adquisiciones: unos capri (pantalones de pans que parecen “brincacharcos”) y un reloj Casio, de lo más básico y austero que existe (el F-91W) pero que traen cronometro. Al llegar me encontré a un señor que se notaba ya llevaba algunas vueltas; por lo regular, siempre hay personas, que pasan de los cuarenta años, corriendo o caminando en ese parque a esas horas. También se puede ver a personas que van a abandonar su basura en donde, regularmente, se estaciona el camión recolector, horas más tarde. Y personas que sacan a pasear a sus perros, más bien, personas que sacan a cagar a sus perros al parque; lo peor de esto es que puedo contar con una mano las veces que he visto que esas personas traen bolsa para recoger el excremento de sus animales. Entonces, el cardio que se hace al correr en este parque tiene un extra: uno tiene que tener buenos reflejos —y cintura, para eso de los quiebres— para esquivar el embarrarse. 

Cuando iba corriendo, irremediablemente, hice la comparación con el otro parque donde he ido a correr los fines de semana: el parque Arboledas (está en Pilares, a una cuadra de Universidad). Hay varias diferencias entre estos parques, aunque estén en la misma delegación y sólo haya —según Google maps— menos de tres kilómetros de distancia entre ellos. En cuanto infraestructura, el de Pilares es más grande que el del barrio; esto se traduce que en el primero haya pista para correr, canchas de futbol, basquetbol y volibol y aparatos para hacer ejercicio; en el del barrio se corre sobre la calle, sólo hay una cancha de futbol-basquetbol y una barra paralela. Sin embargo, hay diferencias en el comportamiento de la gente de lo más notorio: en el de Pilares, aunque hay más personas que sacan a pasear y cagar a sus perros, acá la mayoría (no puedo asegurar que todos, porque tampoco voy de juzgón con lo que traen en la manos) trae una bolsita de plástico o una pala especial para recoger el excremento. 

 Pero, en el parque de Pilares, no es todo miel sobre hojuelas; aquí, pareciera que está de moda ir a ejercitarse, y la mayoría, efectivamente, va eso. Sin embargo, hay otras personas que, más bien, parece que fingen que van a ejercitarse; y estaría bien si: ¡no lo hicieran en la pista que es para correr! Al ir corriendo, uno se topa con: parejas de amigas que van caminando y echando el gran chisme o, de plano, grupos de amigos que se quedan a platicar en bolita, personas que pasean a sus perros, niños que andan en su bicicleta, hasta —el más extremo que me he encontrado— el que corre a toda velocidad con perro en mano en sentido contrario al de mayoría de las personas. Para estos grupos de personas, mi cabeza sólo encuentra dos posibles incentivos: o les gusta fingir que se van ejercitando o les gusta fastidiar al prójimo, ya que en el interior del parque hay caminos que se pueden caminar muy a gusto o en la parte externa hay una amplia banqueta paralela a la pista para correr o si quieren sólo platicar hay bancas distribuidas por todo el parque. Y como dice el artículo 15 de la Ley de Cultura Cívica del Distrito Federal, en su fracción X, es deber de los ciudadanos: hacer uso adecuado de los bienes, espacios y servicios públicos conforme a su naturaleza y destino. Y sí, tal vez algún liberal me refute “pero es bien público, por lo que cada persona puede ocuparlo como quiera”; a lo que respondería: en la misma naturaleza de los parques de bienes públicos, que son consumidos simultáneamente por muchos individuos, si alguno de esos individuos le da un uso inadecuado, que afecte a los demás consumidores, estaría coartando mi derecho (y el de los demás) al libre disfrute del bien. Y eso es, en considerables proporciones, es una dictadura. 

Nota al pie. En esta ocasión, será un cartel que hice que me gustaría poner en el parque de mi colonia. Tal vez, así sí lo entiendan...