Te encuentras en medio de una gran confusión; más grande que la vivida días antes. Te sientes débil, sediento e inquieto; tu respiración se acelera.
Esos últimos días, no sabías que hacer con tu vida: tenías muchas variables y no sabías como empezarlas o como terminarlas. Estabas viviendo situaciones, que nunca pensaste que pasarían. Llegaron a tu vida personas, que pensaste ya se habían ido; y se fueron, quienes pensaste nunca se irían. Unos días te sentías en la nubes; otros, en el suelo. Necesitabas ayuda. Pedías que alguien, quien fuera, te rescatara o te ayudará a entender. En un principio, pensabas que era amoroso el problema; con el tiempo viste que no solo era eso. Recuerdos añejados en la memoria venían a ti, como si hubieran estado invernando y ahora tuvieran la necesidad de levantarse y comer; comer tus pensamientos actuales. El pasado se mezclaba con el presente. Tu cabeza daba vueltas y te provocaba un dolor permanente en la zona de las sienes, que te tiraba en cama. Tu desesperación comenzaba a crecer. Necesitabas un respiro. No sabías a quién recurrir: no confiabas en nadie. Recurriste, a quien pensabas era tu amigo inseparable: el alcohol, pero solo provocaba más confusión y más dolores de cabeza. Tu problema siempre fue el hermetismo y las apariencias. Por fuera, parecías un roble; por dentro, eras frágil como árbol seco. Por momentos, te aislabas para medir y sopesar tus pensamientos.
En estos momentos, los mareos y la confusión crecen.
Reflejabas una alegría constante. Eras un especialista en el arte de fingir: gran parte de tu vida lo habías hecho. Sin embargo, cuando ya nadie te veía, mostrabas tu verdadera imagen; una persona derrotada, afligida y confundida. Buscabas escapatorias o soluciones, en esos momentos te daba igual. Solo querías un poco de tranquilidad. Finalmente lo decidiste: dejarías de portar una mascara. Pero, ellos no sabían lo que realmente te pasaba y te buscaban; querían que les explicaras tu cambio de actitud. Estaban acostumbrados a una cara y cuando les presentaste la real: se espantaron. Eso te dolió más. Por lo que al final tomaste otra decisión: escapar, quitarte la vida. Pero, como era de esperarse: no tenías el valor para hacerlo.
Finalmente, ahora estás en un gran charco de sangre, de tu propia sangre. Has perdido la consciencia y la vida. Fui yo, quien te la tuvo que quitar; porque jamás ibas a atreverte; y personajes como el tuyo no sirven para más cuentos...