Al salir del metro, el frío calaba en mi cara, ya que las dos sudaderas que traía protegían bastante bien mi torso. Caminé a prisa a mi casa, necesitaba un poquito calor; aunque me gusta mucho el frío. Al llegar a casa, como diario acostumbro hacerlo, revisé las noticias del Universal en el iPod. Al leer “Muere ‘El Barbas’, jefe de los Beltrán” un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
En la escuela, en la materia de Géneros Periodísticos I, nos habían dejado de tarea una entrevista informativa, por lo que, pensé, que sería interesante ir a Cuernavaca a obtener mi entrevista. Agarré mi celular para poder usarlo como grabadora y mi cámara para poder tomar algunas fotos. Caminé unas cuadras y le pedí a mi papá que me prestará su coche; aunque puso un poco de resistencia terminó cediendo.
Tomé Tlalpan, ya que era la única salida que conocía para Cuernavaca, hasta la autopista México-Cuernavaca. Al llegar al Monumento a la Paz, las calles estaban llenas de militares. En el reten, que estaba en el entronque de la avenida de Domingo Diez y la avenida Poder Legislativo, los periodistas se arremolinaban para poder pasar. En medio de la confusión y el caos, pude colarme con ellos; aunque de ahí en adelante el camino fue a pie. El movimiento de militares en el desarrollo Altitude era impresionante. Al entrar no tenía ni idea de quien podría ayudarme o a quien podría entrevistar. Los militares no me daban mucha confianza, de hecho me daban miedo. Y los periodistas no querían compartir sus notas con un estudiante como yo.
Caminé un poco sobre los grandes jardines del desarrollo en busca de la persona adecuada para las preguntas. En unos sillones blancos, que estaban resguardados por una especie de palapa, estaba sentada una persona que no traía el atuendo militar ni los accesorios que identifican a un periodista. Vestía de pantalón de mezclilla, playera gris y zapatos tipo “crocs” blancos. Al acercarme, me miró un poco extraño, pero no se inmutó al verme sentado a unos metros de él. Después de tranquilizarme un poco, decidí acercarme a hacerle algunas preguntas.
Tal y como la maestra nos dijo en clase: me traté de ganar su confianza primero. Le pregunté cómo se sentía; a lo que me contestó que sentía mucho frío, pero que sentía una gran tranquilidad. Su tranquilidad me pareció irónica, ya que todo el rededor era un verdadero caos. Me dijo que se llamaba Marcos y que él sentía que no había hecho nada malo. Al fondo de los silloncitos blancos, estaban 6 hombres sentados en el piso con las manos entrelazadas y con la mirada en el piso. Le pregunté el por qué decía eso; me respondió que él solo quería trabajar en paz y que la propuesta que les había hecho no le parecía que estuviera mal. Su rostro lucía una desaliñada y corta barba. Me contó que esperaba que no se fuera a desatar una guerra por su culpa. Los militares y periodistas pasaban por el jardín, no reparaban en nosotros, como si no les interesara la entrevista que le estaba haciendo. Me confesó que realmente le gustaban más las norteñas románticas que los narcocorridos. Empecé a sentir mucho frío, aún y con las dos sudaderas que no me había quitado en ningún momento. Me platicó que le causaba un poco de curiosidad la situación. Al terminar esa frase, se levantó y se dirigió a los hombres del fondo, le agarró el hombro a uno y le dijo que era hora de retirarse. Me acerque a despedirme de ellos, y al verlos de cerca me di cuenta que sus playeras, al igual que la de Marcos, estaban llenas de sangre. Me dijo que si no quería irme con ellos; le dije que no, que tenía que regresar a mi casa; a lo que contestó que viera mi playera y mis manos. Revisé mi playera y vi una gran mancha de sangre a la altura del corazón; mis manos estaban, igual, llenas de sangre. Regresé, rápidamente, unos pasos hacia la entrada del desarrollo y me percaté que unos reporteros tomaban fotos a un cuerpo, que estaba, en el piso, abatido por una bala perdida en el corazón; aquél cuerpo, era el mío.