[Prólogo] Al abrir la puerta, aquel miércoles, le entregaron un paquete pequeño cuadrado; como de diez centímetros…
Ellos sentían ser la pareja ideal, de esas que uno ve y dice “son perfectos el uno para el otro”. Se conocieron una tarde en una de las avenidas más cuidadas y arregladas de su ciudad; Él no sabía cómo empezar una plática con Ella; Ella solo reía por la forma insistente y tímida con la que Él la veía; al final Él solo le dijo “Gracias por la sonrisa”.
Después de ese intercambio de sonrisas y miradas, se volvieron esa pareja perfecta. Iban a casi todos lados juntos; se entendían y comprendían a la perfección; no eran iguales, pero si complementarios; decían que sus corazones eran uno del otro. Sus mundos eran uno solo: el de ellos.
Pero como todas las historias reales de amor, el idilio terminó, cuando a Él le ofrecieron una beca en otro país y tuvo que cambiar de residencia; y como suele suceder en estas leyendas de la vida cotidiana, Ella no pudo viajar y se quedo extrañándolo. A los pocos meses se enteró de que Él murió de una extraña enfermedad que contrajo en aquellos lugares.
[Epílogo] En aquel paquete encontró un montoncito de cenizas y una nota anexa que decía: mi corazón siempre será tuyo…