Primero pensó que ya se había desatado la revolución en su país; pero después sonrió irónicamente y aliviado para sí, pensando que eso jamás podría pasar. Quiso investigar más sobre el hecho, pero había llegado la hora de transbordar en Ermita, y en la línea 12 no llegaba la señal a su celular. En todo el camino siguió pensando en las razones que tuvieron las personas que incendiaron el árbol. Sentía repulsión por ellos, pensando que eran unos ignorantes que se dejaban llevar como borregos por tonterías.
Al bajar en el metro Periférico Oriente, que era su destino, observó que en los torniquetes había un grupo reducido de jóvenes, algunos años menores que él, que traían pancartas y protestaban, por el alza de la tarifa en el metro, exhortando a los usuarios a no pagar el pasaje y brincarse el torniquete o pasarlo por debajo. Pensó que eran unos buenos para nada que mejor se deberían poner a trabajar y no andar de revoltosos.
En su casa aún no había alguien. Por lo que aprovechó el tiempo para envolver los regalos que había comprado para su madre y hermanas. Él era el mayor de tres hermanos, por lo que era el orgullo de la familia por haber terminado una carrera y haber entrado a trabajar en la delegación como asistente del delegado, aunque su trabajo se limitara a sacar copias, agendar citas, pedir la sala de juntas, tomar minutas. Cuando terminó de envolver los regalos, encendió la televisión y pudo ver, en el noticiero, que el árbol había sido incendiado por anarquistas en la marcha, que se había hecho por el alza del metro, No dijo algo, pero movió la cabeza en forma negativa y pensó que eso servía de nada para el país y sólo provoca más problemas y caos vial.
Su madre fue la siguiente en llegar, regresaba del supermercado con la despensa de la quincena. Siguió su hermana, la menor, que regresaba del cine. Sin embargo, la hermana mediana no regresaba. Y no regresaría, había sido violada y su cuerpo yacía sin vida en un baldío, a unos cuantos kilómetros de ahí; pero ellos no lo sabrían hasta algunos días después. Al ver que llegaba la madrugada y no regresaba a su casa, fueron al Ministerio Público a informar de la desaparición, pero les informaron que debían dejar pasar unos días, porque a esa edad es común que se vayan con el novio. El hermano advirtió que era asistente del delegado, pero no le hicieron caso y le dijeron que viniera después del tiempo que le señalaban, que no se preocupara.
Pasaron los tres días que les pedían y volvieron a ir al MP, más preocupados que unos días antes, ahí les pidieron una fotografía de la desaparecida y dónde se le había visto por última vez; les indicaron que dejaran todo en sus manos y que se fueran con calma a casa. Sin embargo la familia comenzó a investigar y supieron que la última vez que se vio a la niña fue cuando entraba al metro acompañada de una persona con un traje negro. Afortunadamente en ese sitio había cámaras o ellos así lo pensaron, porque al llegar al MP les dijeron que las cámaras se borran automáticamente a los cinco días, que debían haber ido antes, que por qué dejaron pasar tanto tiempo.
Días después, se encontró el cadáver de la niña y se le dio sepultura. El hermano, al regresar del entierro, quiso caminar por la colonia. En una esquina, se encontró con un amigo de la secundaria, que no veía desde hace tiempo, al cual saludó con desgano. El amigo lo abrazó y con notable alegría le dijo que le daba mucho gusto por ellos, porque ya fueran dos los que trabajaran en la delegación. Él asombrado, y sacado de su letargo, le dijo con impaciencia que por qué decía eso, a lo que su amigo le contestó que había visto a su hermana hace algunos días con su jefe en el metro. No dejó que siguiera la conversación y corrió por la ciudad hasta la delegación para increpar a su jefe. Cuando el hermano le gritaba amenazante que le dijera qué hacía con su hermana, su jefe le contestó pausado y tranquilo que él no tenía nada que ver y que cuidara sus palabras, que recordara con quién estaba hablando. En el MP, le dijeron no podían hacer algo contra el mero delegado y que mejor borrará esa estúpida idea de la cabeza.
Al salir, fue a la ferretería compró gasolina, aceite y franela. Afuera de un Oxxo, se tomó dos cervezas Indio desechables y se guardó los envases. En una cabina telefónica llenó las botellas de gasolina y aceite y les metió un trozo de franela. Caminó hacía el MP, encendió las molotov y las aventó con todas sus fuerzas...
*Publicado originalmente en: http://bloquemag.blogspot.mx/2013/12/eso-sirve-de-nada.html