I
Le era de esas personas que, puntualmente, salía a correr cuando el crepúsculo se aproximaba. Regresaba, se bañaba, y observaba la luna en su esplendor, mientras agradecía un día más de vida. Esa era su rutina matutina; así como la de la mayoría de su pueblo. En aquel poblado, la vida era agitada, se construían puentes y caminos por doquier; la mayoría de los habitantes estaban solteros, ya que era mal visto casarse y tener hijos; se decía que aquel que se casaba perdía su individualidad. Pero este pequeño detalle no era sinónimo de aburrimiento, ya que, las relaciones sexuales entre los habitantes, eran incentivadas por la gobernante; uno de los programas sociales más exitosos era la esterilización de todos los pequeños que se compraban en el supermercado y a los cuales el gobierno les proveía de alimento y educación, hasta tener edad para ser productivos a sus congéneres.
Al regreso del trabajo, era la obsesión de Le, poner una silla en la azotea de su casa y observar la puesta del Sol hasta que anocheciera, mientras degustaba de una humeante taza de café. Esos momentos los ocupaba para recordar sus sueños. Había un sueño en particular que le agradaba y obsesionaba con demasía: soñaba con una mujer muy bella que vivía en un mundo muy extraño y de ficción, donde el sol salía de día y la luna al anochecer. Se preguntaba si podía existir aquel extraordinario mundo; y si en aquel lugar existiría aquella mujer, a la que había bautizado como Alle. Al terminar su café, metía la silla a su casa, se tapaba hasta el cuello y se mentalizaba para soñar con ella.
II
— Mira, ¿qué es eso? — preguntaba Alle, mientras observaba desde su balcón al horizonte, donde se percibía, confusamente, a un hombre que tomaba una taza de café en la azotea de una casa.
— ¡No se!, y no me interesa — respondía su mamá — y, ¡ya apúrate!, que es demasiado tarde — añadía para incitarla a apurar el paso, para que se fuera a la escuela.
Ella vivía en un mundo de sueños: siempre estaba distraída y contemplaba el horizonte desde su ventana, tomaba un bloc de hojas blancas y dibujaba los reflejos que la luz del sol incidían sobre sus ojos, al contemplar por varios minutos, directamente, la corona solar. Era la única diversión permitida por su madre, que no quería que saliera más allá de donde sus ojos veían. Aquel día que divisó al hombre de la taza de café, se obsesionó con dibujarlo en su bloc; aunque eran unos trazos confusos, para ella era un hombre interesante al que le gustaría conocer.
III
Hablando de cosas interesantes, sería agradable poder unir la vida de Le y Alle; pero no existían en el mismo plano. Cada uno tenía una vida atrapada en un mundo inexistente. Es más, creo que sería mejor eliminar a esos personajes y escribir otro tipo de cuento. O, ¿qué opinas?
Apagué la computadora, me puse una sudadera y salí a buscar un poco de aire fresco; ese viento típico de época otoñal al atardecer, que tanto disfruto. Por desgracia, estábamos en plena primavera y faltaba mucho para que cayera la tarde. Necesitaba escribir el mejor cuento de mi vida; ese era mi propósito: mejorar, con creces, a todo lo escrito con anterioridad.
Necesitaba un lugar que me incitara a pensar en un buen cuento, así que decidí abordar el metro, aprovechando su aire acondicionado; tal vez, y viendo las caras de las personas, escuchando pedazos de sus historias, podía tener la base para escribir algo interesante.
En la estación Hidalgo, el metro se encontraba semivacío, algo inusual en ese transporte a medio día. Por lo que, en la larga banca de metal —de estos nuevos trenes— en la que iba sentado, había varios lugares vacíos. Uno de esos lugares fue ocupado por un hombre, de apariencia joven, que si no fuera por su gran abrigo de borrega pasaría desapercibido.
IV
— Hola — me saludó aquel hombre que sostenía un vaso de café, de esos que venden en los minisúper.
— Hola, ¿tienes frío? — le respondí, y aproveche para indagar acerca de su atuendo.
— Sí, un poco.
— Pero hace mucho calor y el aire acondicionado solo refresca, no es para que tengas frío
— De donde vengo, se acostumbra a taparse cuando está el sol.
— ¡Ah, disculpa!, no sabía que no eras de aquí.
— No te preocupes, no eres el primero que me observa un poco raro.
— Y, ¿a dónde vas? — le pregunté esperando encontrar en él una buena historia para mi cuento.
— A buscar a Alle.
— Y, ¿quién es Alle?
— Es una mujer que vive del otro lado de la ciudad, pero que en realidad, no conozco; solo la he soñado.
— Y ¿cómo sabes que existe?
— Realmente, no lo sé, pero lo presiento — me contestó mientras descendía en la última estación, y añadió — por cierto me llamó Le.
V
Cuando Le llegó a la central de camiones, abordó el próximo autobús donde encontró lugares disponibles. Como el trayecto era largo, se quedó dormido, hasta que la mano del chofer lo movió para avisarle que habían llegado.
Salió corriendo de la pequeña central de autobuses a la que había llegado, las construcciones de aquel lugar eran coloniales y contrastaban con los edificios modernos de su pueblo. Pero lo que buscaba estaba doblando la esquina: ahí estaba la casa, el balcón, la silla, la mujer, el bloc, los dibujos… ahí estaba Alle…
2 comentarios:
De todos este me dejó pensando muchas cosas, me encantó como mezclaste las historias que al principio parecían perderse... Ozve ¡Me gusta como escribes!.
Genial!
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