20110425

El otro chisme 26: [Un vuelo comercial ]

Cuando ella despertó, se encontraba sentada en la quinta fila de la clase turista, entre dos señoras viejas, que aún dormitaban. En los asientos traseros, jugaban tres hombres cartas; parecía que se conocían desde antes de abordar el avión, porque platicaban y reían a carcajadas. Ese día, ella y los demás pasajeros vestían muy elegantes, como si fueran o vinieran de una fiesta; se podía ver camisas almidonadas, vestidos largos, zapatos lustrados, bufandas de seda y hasta smokings.

No recordaba cómo había llegado a ese vuelo. Un día antes o unas horas antes; realmente, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que se encontraba en la cocina de su casa. Eran las seis de la mañana, cuando estaba preparando el desayuno para sus tres hijas, aún no era hora de despertarlas, pero quería que el cereal, la fruta y el jugo de naranja estuvieran listos, para cuando ellas despertaran. A las siete en punto, ellas entraron a la cocina, se sentaron en el pequeño antecomedor y comieron con la tranquilidad de siempre, como queriendo alargar el tiempo previo a la entrada escolar. Ella recordaba que las había ido a dejar a la escuela y… ¡ya!, hasta ahí recordaba.

Cuando las dos mujeres que la flanqueaban en el avión despertaron, arrojó sobre ellas todas sus dudas; ¿Qué hago aquí?, ¿a dónde vamos?, ¿quiénes son ustedes?, ¿de dónde venimos?, ¿dónde estamos? Una de ellas, la de más edad, le dijo; Tranquila, todo a su tiempo. ¡No!, no puedo esperar; le respondió a la señora. ¡Está bien!, si quieres saberlo, yo te lo diré; le dijo la otra señora; Todas las personas, que ves en este avión, están muertas; murieron en esta semana; este vuelo es la forma en que uno llega al otro mundo, a Mictlán, a Echeide, a Uku Pacha, a Patal, a Tuma, al Cielo, no sé cómo lo conozcas o quieras llamarle, pero vamos a donde, realmente, comenzamos a vivir; así que ponte cómoda y disfruta de la vista. Ella se quedó paralizada, no recordaba cómo había muerto; suponía que había sido de un infarto de regreso a casa, o, probablemente, una bala pérdida; no recordaba nada. A lo lejos, se oían voces que comentaban ¿Cómo fue tu muerte?; Morí en un accidente; ¿Y tú?; Yo tuve una complicación con un tumor en la cabeza; Yo morí de viejo; A mí, me asaltaron y me mataron. Se oían toda clase de historia de muertes; y ella se empezaba a desesperar por no recordar la suya. Al voltear a la ventanilla, pudo apreciar los colores del cielo, propios del atardecer, esa mezcla infinita de rojos, azules y blancos, que a ella tranquilizó…

Cuando ella despertó, se encontraba sentada en la quinta fila de la clase turista, entre dos señoras viejas. En los asientos traseros, jugaban tres hombres cartas; parecía que se conocían desde antes de abordar el avión, porque platicaban y reían a carcajadas. La señora de más edad, que le había movido el brazo para que despertara dijo; Anda que ya llegamos a donde te dijimos, por fin vas a conocer la vida eterna…

20110421

El otro chisme 25: [La historia de Ernesto Gómez Ortega]

En esta ocasión, les quiero contar la historia de mi mejor amigo, Ernesto Gómez Ortega, sí, aunque parezca gracioso, ese es su nombre, sino, ¿cómo se podría llamar? No recuerdo muy bien cuándo lo conocí, pero toda la vida hemos sido inseparables. De esas veces que dicen “esos dos son uña y mugre”; aunque había personas que decía que no deberíamos estar juntos, que era mala nuestra amistad; hecho que no nos importaba y seguíamos tan unidos como siempre. Él es una persona un poco obesa, porque pedía comida a toda hora; si íbamos al mercado quería una fruta o pedazo de chicharrón; antes de entrar al cine pedía las palomitas más grandes; pero su mayor gozo era ir al supermercado para aceptar de las degustaciones que siempre hay. Sabía que su insaciable hambre era parte de su naturaleza; por lo cual, siempre lo apoyaba en conseguir algo que comer; o, simplemente, le daba de lo que me tocaba comer. Al contrario de Ernesto, yo soy delgado; siento que se debe a que como muy poco. Pero juntos formábamos un 10 perfecto, en todas sus acepciones. Realmente, yo era feliz de que él estuviera siempre a mi lado, era parte de mí. Ernesto por su misma naturaleza era una persona un poco aislada, no tenía otros amigos ni conocidos, aunque, de que había otros como él, los había; es más, yo creo que había muchos como él. En una ocasión, estábamos dormidos y en la madrugada se despertó llorando: tenía hambre; y sí, a esa hora salí de la casa y caminé por la avenida principal hasta llegar a uno de esos minimercados que están abiertos toda la noche, bueno, tienen una ventanita por donde se piden las cosas, y le compré algo de comer, para que estuviera satisfecho. Por desgracia al regresar, Ernesto se había suicidado, ¿por qué? no lo logré entender, si siempre lo alimentaba como debe de ser. Pero al menos, ahora era libre y por fin podría comer un poco mejor…

-o-

En este punto de la lectura, si usted apreciable lector ha sido un poco perspicaz, debería de haber juntado las iniciales del protagonista de esta historia y darse cuenta que dicen “E.G.O.” y por lo tanto, suponer que Ernesto es el ego del narrador, y que cada que se habla de comida es la metáfora perfecta de cómo las personas alimentamos a nuestros egos para que seamos un poco más felices; pero siéntese y espere la gran desilusión, el narrador es el ego del protagonista…

20110417

El otro chisme 24: [Una historia digna de contarse…]

Él es Adolfo, una persona muy interesante con una historia digna de contarse y ser escuchada. De pequeño era muy aislado, y no le gustaba jugar con sus similares, de hecho no le gustaba jugar con nadie. Al entrar al colegio, se burlaba de los niños que lloraban por no querer entrar a clases; él le decía a su mamá que parecían bebés. Las vacaciones eran la etapa que más disfrutaba, al igual que los demás niños de su edad; pero al contrario de los otros, él las disfrutaba porque no tenía que convivir con sus compañeros; aunque esta felicidad nadie la notara en esa cara adusta. Sus padres pensaban que, el que fuera aislado era consecuencia de los quince cambios de casa en menos de 10 años; pero estaban seguros que al entrar a la secundaria Adolfito dejaría de comportarse de esa manera. Deja que tenga novia y vas a ver cómo le quita lo calladito y tímido; decía su padre. Su madre se preocupaba un poco más por él y quería llevarlo a un médico; pero al tenerle miedo a su esposo, no hacía nada por el niño.

En toda su vida escolar, se repitió la historia: siempre aislado y con su eterno desagrado por conversar con las personas que le rodeaban. Sin embargo, cuando tenía doce años, Adolfo me conoció y su vida cambio un poco, ya que, conmigo si platicaba; y su inexpresividad cambió: se le podía ver reír y, a veces, hasta llorar. En una ocasión, me contó que no le gustaban las personas, porque le daban asco, incluyendo a él mismo; que lo mejor era no dirigirles la palabra, para no tener que escuchar las estupideces que brotaban de sus bocas. Las personas son seres que, solamente, buscan perjudicar y dañar a su prójimo, me da nausea su comportamiento, parecen perros de pelea; solo quieren matarse entre sí; decía Adolfo cuando se sinceraba conmigo.

En un descuido de su padre, su madre, lo llevó al doctor. En el hospital le hicieron algunos estudios del corazón, de la lengua, de los ojos, de las manos, de la cabeza. Los primeros diagnósticos decían que, al haber nacido de siete meses, no se desarrollo a la perfección su sentido del habla y que a eso se debía su aislamiento. Adolfo en cada visita al hospital moría de risa al ver a los doctores preguntarle cosas absurdas como ¿estás enamorado de la niña más guapa y no te hace caso?, ¿en la escuela tu maestro te toca tus testículos?, ¿te gustan los hombres?, ¿tu padre te pega?, ¿extrañas tu primera casa?; él les dirigía una mirada sardónica y movía la cabeza en negatividad. El diagnóstico definitivo fue…

— ¡Shhh!, no puedes decir esa palabra, está prohibida — me interrumpió Adolfo.
— ¿Cuál palabra? — le respondí.
— La que empieza con ele.
— Y, ¿por qué está prohibida?, ¿quién la prohibió?
— Ellos, los que no quieren que diga la verdad acerca de la humanidad.
— Sabes bien que no existen tales personas.
— ¡Cállate! No quiero escucharte
— Soy tu único amigo y tienes que escucharme toda la vida. Porque sabes bien que vivo en tu cabeza…

20110413

El otro chisme 23: [Rutinas]

Sí, ya sabía, que un día ibas a venir visitarme. Me lo esperaba, pues. Hoy, cuando abrí los ojos, me puse a pensar que ya estaba cansado. Diario es lo mismo. Me levanto, como siempre a las seis de la mañana en punto. Quito las cobijas de encima de mi cuerpo. Busco mis huaraches debajo de la cama, y como siempre no encuentro el derecho. Me tallo los ojos, hasta aclarar mi vista; a esta edad, ya empieza a fallar todo el cuerpo, sí, ya se, aún no estoy viejo, cuarenta y nueve años son pocos; pero mañana es mi cumpleaños número cincuenta. ¿No quieres un vinito?, está bien, será para la otra, pensé que te gustaba el vino tinto. A los cincuenta años, uno llega con ganas de dejarse comer por el mundo, ya no es lo mismo que antes. Ya no puedo desayunar huevo estrellado, como en mi juventud, por eso del colesterol. Ya no puedo tomar Coca Cola, por la diabetes. Ya no puedo fumar, por mis pulmones; bueno, realmente, nunca me ha gustado fumar, pero tampoco puedo hacerlo, si ahora quisiera. ¿Qué te estaba platicando?, ¡ah sí!, el por qué estoy cansado. A lo mejor no sea tanto el cansancio, más bien, estoy harto de esta vida que me toco. O que me diste. ¿Qué?, ¿que tú no das vida, solo la quitas? Siempre había pensado que el dador de vida, era el que la quitaba. Ramón hace una pausa en el diálogo con la muerte; se revuelve en la silla del restaurant, mientras muerde con toda la tranquilidad del mundo el mollete que ordenó, toma un sorbo de café y hace una pausa antes de continuar la charla.

Ramón recuerda, que en la mañana, mientras secaba cada uno de los dedos de sus pies con delicadeza y esmero, la muerte tocó la puerta de su casa. Al abrir, ella dijo Hola, quiero platicar contigo, ¿me acompañas al restaurante que está enfrente de la Catedral? En la pregunta de la muerte no cabía un No. Estaba frente a la mismísima muerte y con ella no hay opciones. Aunque por cordialidad, la muerte siempre pide permiso. Caminaron callados por la avenida principal de la ciudad. La muerte caminaba con parsimonia, llevaba la vista fija al frente, como si supiera, exactamente, cuál era su destino. Y en realidad, ella sabía que su destino era llevar gente a la otra vida; aunque suene paradójico. Ramón, expresaba en su caminar la extrañeza — no era para menos, estaba caminando a lado de la muerte —; veía pasar corriendo a las madres que agarraban a los niños como si fueran papalote, para llevarlos al kínder o a la primaria. La muerte, al contrario de lo que se piensa, vestía de un impecable traje negro con camisa y corbata del mismo color, zapatos brillantes, que parecía que los habían boleado y pulido por más de una hora — podría asegurar que te reflejabas en ellos —; su rostro era blanco, mas no pálido, hasta se podría decir que estaba un poco chapeado; su cabello era corto, no como militar, sino simplemente corto; sus ojos eran de un café verdoso, que si los observabas con detenimiento, te perdías en su inmensidad. Ramón, al contrario de ella, se había puesto lo primero que encontró en el ropero: pantalón café un poco arrugado, camisa beige sin corbata y sin ceñir al pantalón, chamarra de pana negra y zapatos cafés. Al llegar al restaurante, la muerte eligió una mesa en la parte externa del lugar. Se sentaron uno frente al otro, y ordenaron, Ramón molletes y café, y ella, jugo de naranja y fruta.

Toda mi vida he vivido sólo, continuó Ramón, y pensaba que así era feliz. Sin embargo, me ha hecho falta alguien con quien compartir mis pesados días en el trabajo. En la empresa, desde que se empezaron a jubilar los veteranos, se ha llenado de púberes sin experiencia, que sienten saber de la vida. ¿Sabes?, me molesta escuchar sus ideas brillantes, que más bien, son paráfrasis de los libros de texto de sus escuelas. Ya les he dicho, que no se puede cambiar el mundo de un día para otro. Sí, ya se, así me veía veinticinco años atrás. Pero yo era distinto, me tomaba las cosas con calma, me gustaba pensar bien las estrategias que iba a implementar. Y ¡veme ahora!, estoy subordinado a un pinche chamaco nalgas meadas, ¡jaja!, hace tantos años que no ocupa esa frase. Hasta podría ponerla como epitafio “aquí yace un ex chamaco nalgas meadas”. Cuando decidí vivir sólo, disfrutaba del aislamiento, de poder sentarme en la computadora y escribir historias, de dibujar, de leer; recuerdo que leí todas las novelas de Benedetti y Taibo Segundo; lástima que se tuvieran que morir. Bueno, todos algún día nos tenemos que morir, ¿no? Pensaba que al tener un departamento podría tener una vida desenfrenada, llena de lujuria; y ¿cuál?, solo iban a mi casa los gorrones de mis amigos cuando necesitaban donde tomarse una copa gratis. Ahora que estoy, aquí, frente a ti, me pongo a pensar que nadie me va a extrañar, no tengo esposa ni hijos. Y a lo mejor, sea lo mejor, ¿no crees?, me voy a ir sin dejarle un pesar a alguien.

Ramón termina su café y pide, inmediatamente, otro; siente que su deber es alargar lo más que se pueda el desayuno. La muerte mastica con una calma, que parece eterna, cada trozo de fruta del tazón que solicitó. Los comensales de alrededor, no se imaginan quién es ella, solo observan a dos hombres maduros conservar como si fueran grandes amigos; a lo mucho notan un poco de nerviosismo en el de la chamarra de pana, porque se pasa la mano una y otra vez por el pantalón, como si quisiera plancharlo, y observa a cada rato a los compañeros de local; al contrario del que porta el traje negro, que mira fijamente a su acompañante y come con gran tranquilidad.

Y, ¿esto duele?, digo, para prepararme para la partida, nunca pensé que la muerte fuera tan amable; continúa Ramón. Digo, es importante estar preparado, mentalmente, para la partida, para ese último adiós. Y puedo despedirme de… Sí, la verdad, no tengo de quién despedirme. Es más, hace mucho que no platicaba con alguien, como hoy. Creo, que el hartazgo en mi vida hubiera amainado, si tuviese con quien platicar. Pero, así es la vida y fue lo que yo elegí, ¿no? Hoy, en la noche, hubiera llegado a prender la televisión, mientras espero que comience el noticiero, revisaría mis correos electrónicos urgentes, que seguramente me enviarían al salir de mi jornada, haría un poco de coraje por la ineptitud de mis nuevos jefes y su dependencia secreta a mis consejos; entraría al baño y mearía con tranquilidad, en tanto pienso y evaluó otro día en mi vida, y concluiría, lo que habitualmente concluyo: estoy harto de esta vida. Al comenzar el noticiero, me taparía hasta la barbilla, esperando que llegará el sueño; ese eterno ausente durante mi juventud y que ahora es mi fiel compañía. Esperaría soñar con mis años mozos, pero a estas alturas, ya no recuerdo mis sueños, solo lo siento como un pequeño y rápido acto de abrir y cerrar los ojos, en el que al otro día me despierto con el mismo cansancio con el que me acosté. Así que estoy preparado.

La muerte le da la mano a Ramón y le dice, No vine por ti, sólo vine a platicar contigo; yo también estoy harto de esta vida que elegí o que me dieron, aún no lo sé; y me gustó mucho charlar con alguien como tú; ¿podríamos repetirlo la otra semana?, por cierto ¡feliz cumpleaños!...

20110406

El otro chisme 22: [Sueños planos y convexos]

I

Le era de esas personas que, puntualmente, salía a correr cuando el crepúsculo se aproximaba. Regresaba, se bañaba, y observaba la luna en su esplendor, mientras agradecía un día más de vida. Esa era su rutina matutina; así como la de la mayoría de su pueblo. En aquel poblado, la vida era agitada, se construían puentes y caminos por doquier; la mayoría de los habitantes estaban solteros, ya que era mal visto casarse y tener hijos; se decía que aquel que se casaba perdía su individualidad. Pero este pequeño detalle no era sinónimo de aburrimiento, ya que, las relaciones sexuales entre los habitantes, eran incentivadas por la gobernante; uno de los programas sociales más exitosos era la esterilización de todos los pequeños que se compraban en el supermercado y a los cuales el gobierno les proveía de alimento y educación, hasta tener edad para ser productivos a sus congéneres.

Al regreso del trabajo, era la obsesión de Le, poner una silla en la azotea de su casa y observar la puesta del Sol hasta que anocheciera, mientras degustaba de una humeante taza de café. Esos momentos los ocupaba para recordar sus sueños. Había un sueño en particular que le agradaba y obsesionaba con demasía: soñaba con una mujer muy bella que vivía en un mundo muy extraño y de ficción, donde el sol salía de día y la luna al anochecer. Se preguntaba si podía existir aquel extraordinario mundo; y si en aquel lugar existiría aquella mujer, a la que había bautizado como Alle. Al terminar su café, metía la silla a su casa, se tapaba hasta el cuello y se mentalizaba para soñar con ella.

II

— Mira, ¿qué es eso? — preguntaba Alle, mientras observaba desde su balcón al horizonte, donde se percibía, confusamente, a un hombre que tomaba una taza de café en la azotea de una casa.
— ¡No se!, y no me interesa — respondía su mamá — y, ¡ya apúrate!, que es demasiado tarde — añadía para incitarla a apurar el paso, para que se fuera a la escuela.

Ella vivía en un mundo de sueños: siempre estaba distraída y contemplaba el horizonte desde su ventana, tomaba un bloc de hojas blancas y dibujaba los reflejos que la luz del sol incidían sobre sus ojos, al contemplar por varios minutos, directamente, la corona solar. Era la única diversión permitida por su madre, que no quería que saliera más allá de donde sus ojos veían. Aquel día que divisó al hombre de la taza de café, se obsesionó con dibujarlo en su bloc; aunque eran unos trazos confusos, para ella era un hombre interesante al que le gustaría conocer.

III

Hablando de cosas interesantes, sería agradable poder unir la vida de Le y Alle; pero no existían en el mismo plano. Cada uno tenía una vida atrapada en un mundo inexistente. Es más, creo que sería mejor eliminar a esos personajes y escribir otro tipo de cuento. O, ¿qué opinas?

Apagué la computadora, me puse una sudadera y salí a buscar un poco de aire fresco; ese viento típico de época otoñal al atardecer, que tanto disfruto. Por desgracia, estábamos en plena primavera y faltaba mucho para que cayera la tarde. Necesitaba escribir el mejor cuento de mi vida; ese era mi propósito: mejorar, con creces, a todo lo escrito con anterioridad.

Necesitaba un lugar que me incitara a pensar en un buen cuento, así que decidí abordar el metro, aprovechando su aire acondicionado; tal vez, y viendo las caras de las personas, escuchando pedazos de sus historias, podía tener la base para escribir algo interesante.

En la estación Hidalgo, el metro se encontraba semivacío, algo inusual en ese transporte a medio día. Por lo que, en la larga banca de metal —de estos nuevos trenes— en la que iba sentado, había varios lugares vacíos. Uno de esos lugares fue ocupado por un hombre, de apariencia joven, que si no fuera por su gran abrigo de borrega pasaría desapercibido.

IV

— Hola — me saludó aquel hombre que sostenía un vaso de café, de esos que venden en los minisúper.
— Hola, ¿tienes frío? — le respondí, y aproveche para indagar acerca de su atuendo.
— Sí, un poco.
— Pero hace mucho calor y el aire acondicionado solo refresca, no es para que tengas frío
— De donde vengo, se acostumbra a taparse cuando está el sol.
— ¡Ah, disculpa!, no sabía que no eras de aquí.
— No te preocupes, no eres el primero que me observa un poco raro.
— Y, ¿a dónde vas? — le pregunté esperando encontrar en él una buena historia para mi cuento.
— A buscar a Alle.
— Y, ¿quién es Alle?
— Es una mujer que vive del otro lado de la ciudad, pero que en realidad, no conozco; solo la he soñado.
— Y ¿cómo sabes que existe?
— Realmente, no lo sé, pero lo presiento — me contestó mientras descendía en la última estación, y añadió — por cierto me llamó Le.

V

Cuando Le llegó a la central de camiones, abordó el próximo autobús donde encontró lugares disponibles. Como el trayecto era largo, se quedó dormido, hasta que la mano del chofer lo movió para avisarle que habían llegado.

Salió corriendo de la pequeña central de autobuses a la que había llegado, las construcciones de aquel lugar eran coloniales y contrastaban con los edificios modernos de su pueblo. Pero lo que buscaba estaba doblando la esquina: ahí estaba la casa, el balcón, la silla, la mujer, el bloc, los dibujos… ahí estaba Alle…

20110309

El otro chisme 21: [miércoles de ceniza]

[Prólogo] Al abrir la puerta, aquel miércoles, le entregaron un paquete pequeño cuadrado; como de diez centímetros…

Ellos sentían ser la pareja ideal, de esas que uno ve y dice “son perfectos el uno para el otro”. Se conocieron una tarde en una de las avenidas más cuidadas y arregladas de su ciudad; Él no sabía cómo empezar una plática con Ella; Ella solo reía por la forma insistente y tímida con la que Él la veía; al final Él solo le dijo “Gracias por la sonrisa”.

Después de ese intercambio de sonrisas y miradas, se volvieron esa pareja perfecta. Iban a casi todos lados juntos; se entendían y comprendían a la perfección; no eran iguales, pero si complementarios; decían que sus corazones eran uno del otro. Sus mundos eran uno solo: el de ellos.

Pero como todas las historias reales de amor, el idilio terminó, cuando a Él le ofrecieron una beca en otro país y tuvo que cambiar de residencia; y como suele suceder en estas leyendas de la vida cotidiana, Ella no pudo viajar y se quedo extrañándolo. A los pocos meses se enteró de que Él murió de una extraña enfermedad que contrajo en aquellos lugares.

[Epílogo] En aquel paquete encontró un montoncito de cenizas y una nota anexa que decía: mi corazón siempre será tuyo…

20110302

El otro chisme 20: [la ventana]

Nuevamente, hubo un reto: a partir de la siguiente foto, hacer un cuento...




[Prologo] Ella vive en un departamento colindante a la gran ciudad; eligió ese sitio porque así no se alejaba del ajetreo de la ciudad, pero estaba lo suficientemente aislada para que no la absorbiera; y cuando quería podía ser una simple espectadora del espectáculo de la sociedad urbana.

Una luz cegadora la hizo despertar de su profundo sueño, la luz del alba penetraba a través de sus parpados. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue el azul profundo del cielo, coronado con unas nubes que parecían hechas de algodón. Por un momento, se sintió en el paraíso, pero las imágenes de su día anterior se le arremolinaban en la cabeza.

El día anterior, había decidido buscar, en el parque, un árbol que le diera sombra y pudiera leer con tranquilidad. Al encontrar la banca se dio cuenta que no era necesario la sombra del árbol: el cielo estaba opaco, las nubes habían invadido el azul, que por lo regular, reinaba en la ciudad…

Cuando recibió aquella llamada, los ojos se le llenaron de lágrimas, sintió que el mundo se le venía encima, que el gris del cielo había presagiado la tragedia, que el cuerpo perdía su fuerza, que la vida había dejado de tener sentido…

Corrió al hospital, donde su hijo agonizaba; lo encontró aún con vida, pero inconsciente. Había tenido un accidente en el transporte público: se subieron a asaltar el camión donde él iba, y su instinto de supervivencia lo orillo a aventarse a la vía pública con el camión en movimiento; al caer al asfalto, fue arrollado por otro automóvil que iba pasando junto al camión.

En la tarde, lo dieron por fallecido...

[Epilogo] Al despertar vio que en la ventana aún estaba su celular - que ahora maldecía por haber sido el portador de la trágica noticia -, los pañuelos que limpiaron sus lagrimas, los vasos que ocupó para tomar agua y refrescar su garganta, que se cerraba a cada instante producto de sus sollozos, y su bolsa con el libro que dejaría inconcluso. A través de la ventana, se apreciaba el inmenso cielo azul, que la hizo entender que la vida tenía que continuar.

*Foto de MuCi...

20110206

Columna "Intolerante a la lactoSua": [Últimos Lugares]

Ese día - el gran día – despertarás con dudas, estarás desorientado y distraído. Todo tu empeño y tus pensamientos estarán enfocados en ese momento que hace que sea tu Grán Día, te imaginarás la G y la D en mayusculas, no será para menos…

En la tarde consultarás a tus conocidos, amigos y hasta a los amigos de tus amigos, querrás tomar la mejor decisión, no te gustaría estar esperando este día y no tomar la mejor decisión…

Planearás todo para que sea La noche perfecta, es más, hasta cantarás esa del Chapo que dice “Y voy a pedirle señor porfavor, que si alguien me busca, diga que no estoy, no quiero disturbios”…

Cada minuto tardará en consumirse, sentirás que la media noche está demasiado lejos, tendrás la sensación de que el tiempo esta en pausa, y que esta en tu contra…

Usarás la ropa más comoda, la acorde a la situación, te sentarás a esperar, posiblemente, irás al refrigerador a buscar algo ligero, algo que no te provoque indigestión, eso sería una desgracía…

Prenderás tu computadora, y buscarás la página idonea, la indicada, la especial para estos casos, verás que aparece una advertencia, que la página tiene una falla en la seguridad y que necesitas un certificado, recordarás todo lo que te dijeron tus conocidos y te darás cuenta que nadie mencionó ese pequeño detalle e incoveniente, todos lo dieron por hecho…

Buscarás en Google la solución, les hablarás a tus conocidos, por enesima vez en el día, y te darás cuenta que solo se necesita apretar dos botones, te sentirás totnto, y reíras en silencio…

Al fin, entrarás al sistema y verás que es sencillo, si sigues los pasos, pero verás que hay algo fuera de lo común, algo que no encaja: verás que el sistema se tarda mucho en avanzar y en aplicar los cambios…

Le mentarás la madre a tu Internet, a tu computadora, a tu escritorio, al sistema, al SUA, a la UNAM, a tus amigos, y sobre todo, a los que se están inscribiendo contigo, dirás, en tono muy molesto, que “¿por qué todos se tienen que inscribir al mismo tiempo?”…

Experimentarás la verdadera catarsis cuando veas tus materias inscritas en los grupos que deseabas, bueno en el mejor de los casos, porque, seguramente, experimentarás impotencia, colera, ira, coraje, al ver que los lugares se han terminado…

***

En este columna les hablaré de la experiencia de estar en la máxima casa, en específico, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales aka “Polakas”…

20110126

Columna "Cartón Político": [Disidencia de ficción...]

“Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los 20 años”, José Emilio Pacheco.


Les llaman disidentes, revoltosos, grilleros, contestatarios, huelguistas, comunistas, izquierdistas, trotskistas, marxistas, rojillos, lenninistas; les denominan de una infinidad de formas a los que se reunen en las escuelas a cabildear sobre el futuro de la educación en sus escuelas, a luchar por los derechos de los estudiantes, a participar en las marchas de protesta por alguna injusticia o por alguna conmemoración de otra injusticia, en fin, a cambiar (o al menos intentar) la realidad social...

Se les puede ver en las marchas en contra de el aumento de gas, de luz, de la tortilla, de la gasolina; en contra de la eliminación de la Compañía de Luz y Fuerza; en contra de las reformas a la Ley del IMSS, de la educación, de la leyes orgánicas del Politécnico y la UAM; en contra del rechazo masivo de estudiantes en las instituciones de educación media superior y superior públicas; en fin... se les puede ver hasta en la marcha en contra del arresto de Kalimba, bueno, no es para tanto, pero si tienen una activa y alta participación en las protestas que caracterizan a nuestro hermoso país..

Según, lo que puede interpretarse de la Real Academia Española un disidente es aquel que se separa de la común doctrina, creencia o conducta. Es decir, aquel que va en contra de lo establecido, de lo ordinario, del sistema... y para algunos, y quiero enfatizar que son algunos - porque llega a haber algunos (otros algunos que son menos que los primeros, bueno eso espero) que son más extremistas y no aceptan la crítica -, que toman muy a pecho eso de “estar en contra de lo ordinario” y deciden, simplemente, no estudiar o no entrar a clases, aspirando a ser un fósil respetado, un gurú de la disidencia y el bien común estudiantil, una copiamadeinMéxico del Ché (con boina incluida) o de Marx (con barba Jefe Diego Style) o de Lenin (con barbita de chivito y poco pelo, por eso de que el fosilismo cobra su factura en el tiempo) o de Trotsky (con un aire intelectual con los lentes)...

Lo que se tiene, es una disidencia de ficción, que simula disidir, que protesta por protestar, que claudica cuando pueden ser consecuentes, que demanda cosas lejanas a la realidad y a las condiciones del país, que diside porque es una etapa de todo ser humano, en donde estar en contra es estar a la moda, como dijeran los padres (y los abuelos) son “rebeldes sin causa”, porque están lejanos de tener una causa en común, que realmente tenga un beneficio a largo plazo. Esta disidencia está mal organizada, no cuenta con proyectos propios, no cuenta con soluciones apegadas a la realidad y a las instituciones, no cuenta con las ganas de cambiar los patrones -con sus patrones - de conducta y vida, que realmente harían que esta sociedad revolucionara y disidiera del sistema que tenemos...

*La última y nos vamos

Dijera El Viejo Budiño (en Gracias por el fuego de Mario Benedetti) que, el problema no es que haya izquierdistas (y también derechistas), el problema es que “pertenecen a una generación debilucha, novelera, frívola, habituada solamente a repetir frases hechas, incapaz de pensar por su cuenta“...