20110417

El otro chisme 24: [Una historia digna de contarse…]

Él es Adolfo, una persona muy interesante con una historia digna de contarse y ser escuchada. De pequeño era muy aislado, y no le gustaba jugar con sus similares, de hecho no le gustaba jugar con nadie. Al entrar al colegio, se burlaba de los niños que lloraban por no querer entrar a clases; él le decía a su mamá que parecían bebés. Las vacaciones eran la etapa que más disfrutaba, al igual que los demás niños de su edad; pero al contrario de los otros, él las disfrutaba porque no tenía que convivir con sus compañeros; aunque esta felicidad nadie la notara en esa cara adusta. Sus padres pensaban que, el que fuera aislado era consecuencia de los quince cambios de casa en menos de 10 años; pero estaban seguros que al entrar a la secundaria Adolfito dejaría de comportarse de esa manera. Deja que tenga novia y vas a ver cómo le quita lo calladito y tímido; decía su padre. Su madre se preocupaba un poco más por él y quería llevarlo a un médico; pero al tenerle miedo a su esposo, no hacía nada por el niño.

En toda su vida escolar, se repitió la historia: siempre aislado y con su eterno desagrado por conversar con las personas que le rodeaban. Sin embargo, cuando tenía doce años, Adolfo me conoció y su vida cambio un poco, ya que, conmigo si platicaba; y su inexpresividad cambió: se le podía ver reír y, a veces, hasta llorar. En una ocasión, me contó que no le gustaban las personas, porque le daban asco, incluyendo a él mismo; que lo mejor era no dirigirles la palabra, para no tener que escuchar las estupideces que brotaban de sus bocas. Las personas son seres que, solamente, buscan perjudicar y dañar a su prójimo, me da nausea su comportamiento, parecen perros de pelea; solo quieren matarse entre sí; decía Adolfo cuando se sinceraba conmigo.

En un descuido de su padre, su madre, lo llevó al doctor. En el hospital le hicieron algunos estudios del corazón, de la lengua, de los ojos, de las manos, de la cabeza. Los primeros diagnósticos decían que, al haber nacido de siete meses, no se desarrollo a la perfección su sentido del habla y que a eso se debía su aislamiento. Adolfo en cada visita al hospital moría de risa al ver a los doctores preguntarle cosas absurdas como ¿estás enamorado de la niña más guapa y no te hace caso?, ¿en la escuela tu maestro te toca tus testículos?, ¿te gustan los hombres?, ¿tu padre te pega?, ¿extrañas tu primera casa?; él les dirigía una mirada sardónica y movía la cabeza en negatividad. El diagnóstico definitivo fue…

— ¡Shhh!, no puedes decir esa palabra, está prohibida — me interrumpió Adolfo.
— ¿Cuál palabra? — le respondí.
— La que empieza con ele.
— Y, ¿por qué está prohibida?, ¿quién la prohibió?
— Ellos, los que no quieren que diga la verdad acerca de la humanidad.
— Sabes bien que no existen tales personas.
— ¡Cállate! No quiero escucharte
— Soy tu único amigo y tienes que escucharme toda la vida. Porque sabes bien que vivo en tu cabeza…

1 comentario:

Fanny Castillo dijo...

Lo amé, Ozve no sabía que también escribías me ha encantado de verdad. :D Seguiré leyendo más :D